D.F.
Por José Manuel Ruiz Regil
Tierra fangosa e hirsuta
a la vez meliflua y trepidante
Olla de escarabajos ardientes
río de huesos musicales
Sonaja de cadáveres vivientes / engendros
ávidos de respuestas
Gran signo de admiración en el que todo mundo busca
Enorme vagina que anida racimos de especies
( todas deseando germinar e imponer su huella)
Nebulosa ur-bre trashumante inhumana traidora hedionda
Trasiego de conciencias
Desamparado cúmulo de vacíos en cascada
Carrusel multicolor de neurosis colectivas Compartidas y únicas impensadas
Alucinadas
Dínamo bestial
propulsor a chorro donde el que viaja lento va a un cuarto
de la velocidad de la luz
(por su lastre de vicios, deudas, taras postales o herencias lingüísticas
–o es turista-)
Ciudad de México
Andén indetenible donde se transborda al tiempo
de la tercia paralela
Presente
pasado y futuro
en un chilan-segundo
Subterránea
Transterránea
terrena y virtual
Aérea
Mullida
Fingida
Auténtica hasta la duda
Ficticia
mendiga y
palaciega
Millonaria Paupérrima
Ostentosa
Devotamente atea por parte de padre
mística por partida de madre
Ciudad sagrada sin dios
Nido de serpientes que espera en el silencio aullido
la eclosión definitiva del huevo dominante –que nunca ocurre-
Popurrí de flor extinta, Xoloescuincle y pavo real
Sinfonía de metales
Resplandores
Estallidos
Drapeado genético
Cristalización del emplomado que es a la vez piedra
luz y agua
Infierno sacrificial
Reciedumbre inarmónica de la inercia
Desfase temporal al unísono de batuta
Me subyuga tu laicismo monacal
Adoro tus atavismos centrípetos
Sitio tus metástasis
Habito tus estadios autoinmunes
tus inmunodeficiencias –adquiridas o innatas-
Por eso te persigo como a perra en celo
te espío y rastreo, para no perderme tus latidos
para hundirme en tu sopor de escote trasudado
Por los barrios de las coincidencias te seduzco
Me pretendo dueño de tus noches
amante favorito a quien tu suerte entregues
acechanza de muerte nos mantiene en pie
sobre la piedra sacrificial del día a día.
26 de noviembre de 2010 Sanborns los Azulejos
País de cartón-piedra
Por José Manuel Ruiz Regil
Septiembre 16 del 2010
Acaté las prescripciones presidenciales que invitaban a no asistir a las plazas previendo embotellamientos y empellones, y me quedé en casa viendo al mismo tiempo dos canales en la televisión. Una transmisión conducida por la Adelita del canal de las doncellas y el Sr. López, el de los lentes; y otra, a cargo del mostacho vengador del periodismo de mercado, Javier Alatorre, a quien acompañaba –oh sorpresa- un nuevo talento Azteca, cuya presencia sembró expectativas frustradas en mí, por su reconocida capacidad crítica y crónica: Pablo Boullosa. Sin embargo, pocas fueron las líneas que dejaron libre la opinión del literato, que obró como una suerte de patiño en el autoelogio mediático.
Grande también fue la decepción al escuchar la narración del locutor de moda, que a ratos parecía querer hacer un ejercicio de autocrítica, pero una especie de superyó corporativo actuaba de brida ideológica y no lo dejaba. -Esta noche tenemos que ser felices. Nos merecemos esta fiesta. Qué maravilla, y otras linduras aplicables también a la descripción fútil de cualquier otro evento de luz y sonido. -Tenemos que bailar al ritmo de esta música como lo hacen las torres virtuales de la catedral. Y toda esa sarta de sandeces que se dicen cuando uno tiene que llenar tiempo al aire y no puede ejercer una crítica profunda porque le cuesta la chamba.
Caray, decía yo, al menos ahorita que se tire un petardito crítico Pablito, de esos que sólo algunos captan y no lo hacen quedar mal. Mi tristeza fue mayor cuando ocupó los últimos segundos para salir de su sonrisa de dummie publicitario bajo la cual se mordía culposamente la lengua –espero- para repetir la última frase del guión que le asignaron: ¡Feliz cumpleaños, México!. No, ese fue el acabose. ¿Qué está pasando con la clase intelectual?, me reclamé a mí mismo. Me consolé pensando que de algo hay que comer.
No perderé tiempo en describir el desborde de merengue y brillantinas que derramaron sobre la arquitectura neoclásica que conforman los principales edificios que rodean el zócalo capitalino, pues quien lea este recado, mensaje, opinión, berrinche, como le quieran llamar, tendrá en su mente el carnaval sincrético de símbolos patrios y folklorismos étnicos en que se convirtió la plaza de la constitución; un delicioso licuado de amnesia neoliberal.
Ya en los cuadros alegóricos se anunciaba el tinte espectacular que seguiría la fiesta, una vez cumplidas las formalidades de “El grito”, al que por esta ocasión se le añadió, nomás para justificar la propaganda, “vivan los cien años de la revolución”. Dando por sentada la calidad de ejecución de los performances, en cuanto a coordinación, desempeño de los bailarines y oportunidad de los efectos, queda reconocer que Vuela México, danza aérea, fue para mi gusto la propuesta más bella y profunda. Un despliegue de acrobacia que enaltece el espíritu e invita al esfuerzo colectivo. Pienso que fue el menos apreciado. Sobretodo, por el rosario de interjecciones de Adela, quien lejos de acompañar los simbolismos con una reflexión metafórica se detuvo a alabar el esfuerzo gimnástico de los ejecutantes, y la calidad de la malla que los soportaba.
El árbol de la vida de Friedeman no esconde su influencia broadwayana y se edifica a partir de fragmentos descontextualizados de la historia del Cem Anahuac hasta el México contemporáneo, pasando por la visión comercial que el gabacho tiene del nacional. Charros con guitarrones y trompetas, a la manera en que Disney retrató a Pepe Carioca y sus compinches. Franca promiscuidad histórica para lograr conjuntar en una sola pieza todo lo que es y ha sido este territorio atribulado, a lo que Boullosa subtituló atinadamente con una referencia Paziana : “un árbol bien plantado, mas danzante” (Pedra del sol). Comentario que pasó como ripio ante la ausente réplica de Javier.
El coloso que representa al insurgente por antonomasia, no es más que un plagio –homenaje, dice el eufemismo-de la efigie de Michael Jackson en Moscú, y todo lo demás son salpicones de pólvora y verbena de utilería para que el pueblo olvide que nuestro México independiente es hoy uno de los países más dependientes y menos autosuficientes, y el mayor productor de muertos de los últimos años.
Mientras Quetzalcoatl serpentea en la catedral y en todas las plazas de la República se derrama alcohol en memoria de Hidalgo, esperemos que la cruda realidad no nos importune demasiado. Al menos no tanto como a los más de 72 millones de pobres que también quieren festejar. Y de hecho lo hacen. Total, estando cercados por tan bella realidad de cartón piedra, puede ser que hasta desaparezcan. ¡Viva México!